fan desencadenada "La próxima película de Carmen Trevilla"

avenida 1073-video dedicado a la enfermeda de mi padre (2025)

No, no estoy teniendo faltas de ortografía, es así el título de esta película de Lucía Seles, que presentó fuera de concurso en el pasado BAFICI junto a «the bewilderment of chile«. Su escritura es como su cine, plenamente anárquica y desierta de sujeciones a normas

Lucía presenta en ese festival argentino varias cada año y se las admiten de dos en dos o de tres en tres porque gusta mucho su singular cine.
Un título con sabor callejero -aquel ámbito urbano que adora tanto la directora y del que  construye el ecosistema selesiano-, que remite al de Chantal Akerman, aunque con distinto sentimiento. Si en el de la belga la pertenencia a esa calle obedecía al ahogo, en éste nos lleva a la memoria. Selena Pratt (Lucía Seles) realiza una visita al gimnasio de Omar Patiño (un antiguo boxeador y campeón fisioculturista) en el espacio que, hasta 1985, fue su hogar familiar.

La directora tiene la habilidad de realizar un casi documental de una hora con la excusa de esa visita inesperada en la que el dueño durante 40 años le enseña cada sala en lo que antes albergó habitaciones, terrazas, un patio y la estancia de Sarita. Más años como gimnasio que los 16 que duró completa su familia. Seles se entusiasma como es habitual en ella con cualquier detalle, con cualquier comentario de ese señor de 77 años con estupendo aspecto que, con gran paciencia y amabilidad, recorre ese «gimnasio-hogar» hasta terminar hablando de sí mismo en un homenaje a una persona dedicada al deporte de por vida.

Lo que parecería en principio un trabajo menor de la argentina, en realidad es un ejercicio sentimental como suele hacer en algunas de sus mejores películas (véase «the urgency of death»), en la que expone parte de su vida. A su forma, pasando del absurdo a lo emotivo continuamente. Y nos habla del paso del tiempo acompañado de la mejor amiga de su madre, de cómo recuerda esa casa un niño de 11 años, de la iglesia que está enfrente, de que le encantaba la terraza que ya no existe y que está plagada de máquinas de musculación y en la que no recuerda hacer nada importante.
No le importa que su antiguo hogar lleve 40 años siendo invadido por miles de personas que entran y salen, sino que se enorgullece de que le presenten a un señor que ha sido leal a ese gimnasio desde su apertura.

Una película que sigue fiel a sus constantes. Sus rótulos (que esta vez corresponden más a lo visual y sirven de entrevista a su hermana), su geografía urbana que hacen del feísmo arquitectónico un fervor entre alabanzas a la «escultura» de las mangueras del surtidor de gasolina, por ejemplo, o discurriendo por espacios que a los demás no nos llamarían la atención. Sus colectivos (autobuses), su seguimiento callejero a las personas, sus planos aberrantes, composiciones estudiadas que aprovechan rincones que sólo ella sabe apreciar; cortes rápidos y reflexiones escritas espontáneas y profundas también.
Menos sorpresiva, más calmada, como esas calles nubladas. Siempre elevada por la buena música de Luiza, impregnada de un sutil poso de melancolía que parece que rige la última fase de su cine.

(Crítica de Estrella Millán Sanjuan)

Producción de Gong cine, de Gonzalo García-Pelayo.

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